miércoles, 3 de febrero de 2010

Argentina: doscientos años de soledad, por Tomás Eloy Martínez

(Este es el último artículo del escritor recientemente fallecido. Publicado por el diario español El País el día 29 de octubre de 2009, deberíamos considerarlo el testamento esclarecido de un intelectual sensible y comprometido, sobre todo, con su ética)  

La Argentina se ha ido tornando impredecible, un enigma ante el que se estrellan todas las respuestas. ¿Cómo imaginar el futuro inmediato entre las brumas de un país a la deriva?
Historia no es sólo aquello que se cuenta del pasado; es también, y a veces sobre todo, el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes. En mayo de 1910 Argentina celebró el primer centenario de su emancipación de la Corona española. Pocos meses después, el adolescente Juan Domingo Perón fue llevado por su abuela paterna al Colegio Militar de la ciudad de San Martín, donde estudió amparado por una beca de misericordia. Venía de un hogar inestable, errante, y en el colegio descubrió el único modelo de familia que conoció en la vida. Se dijo que si aquello era bueno para él, también debía ser bueno para el país.

Con esa escena empieza el siglo XX en Argentina. Tres décadas más tarde, cuando alcanzó el poder, Perón puso en práctica las lecciones de disciplina y orden que había aprendido en la milicia. Organizó el país en torno a la figura de un líder fuerte, carismático, cuya palabra era ley. Si bien esos dictámenes dependían de la aprobación de instituciones formales, como las dos cámaras del Parlamento y las cortes de justicia, las instituciones respondían por lo general a los designios del líder. A ese modelo jerárquico y autoritario pueden atribuirse las alternancias civiles y militares que se sucedieron a partir de 1955 y que cerraron el camino a todos los proyectos de desarrollo. Desde entonces Argentina se convirtió en un campo de batalla entre facciones que se disputaban fragmentos de poder y que obedecían, todas ellas, a diferentes caudillos únicos, intolerantes con las ideas de los otros. Cada uno de esos caudillos, a su turno, fue debilitando las instituciones, estimulando formas de corrupción cada vez más sofisticadas y más sometidas a la voluntad de quien estuviera al mando.

El peronismo domina la política argentina aun desde antes de que Perón regresara de su exilio en Madrid en 1973. Con el paréntesis de las dictaduras militares -que trataron, en vano, de aniquilarlo- se ha mantenido en el poder de una manera u otra hasta hoy y es posible que siga prevaleciendo durante otras dos o tres generaciones. Nadie, sin embargo, sabe con certeza qué es el peronismo. Y porque nadie sabe realmente qué es, el peronismo expresa el país a la perfección. Cuando un peronismo cae, por corrupción, por fracaso o por mero desgaste, otro peronismo se levanta y dice: "Aquello era una impostura. Este que llega ahora es el peronismo verdadero". La esperanza del peronismo verdadero que vendrá está viva en Argentina desde hace décadas, como si se tratara de un imposible Mesías que iluminará el fin de los tiempos, cuando el país recuperará la grandeza de una vez para siempre.

Argentina, así, se ha ido tornando impredecible, un enigma ante el que se estrellan todas las respuestas. ¿Cómo imaginar el futuro inmediato, la celebración del segundo centenario de la independencia entre las brumas de un país a la deriva? Las instituciones siguen inestables. A diferencia de lo que sucede en Chile y Brasil, cuando un gobierno sustituye a otro, los técnicos y los cuadros medios del gobierno que se va son desalojados y reemplazados por funcionarios promovidos menos por sus méritos que por afinidad de intereses con el caudillo de turno. Así se derriban proyectos elaborados durante años, se ponen a prueba otros y las buenas experiencias acumuladas se derrochan. El seleccionado argentino de fútbol es una eficaz metáfora del país. Algunos de sus jugadores se cuentan entre los mejores del mundo y los clubes europeos pagan fortunas para tenerlos en sus planteles. En Europa deslumbran pero en Argentina fracasan. Se pasean desorientados por los campos de juego, después de que demasiados entrenadores les han dado directivas opuestas. La grandeza está en la imaginación de todos. Nadie parece resignarse a los límites de la realidad.

También el periodismo pierde la calma. Si el gobierno se crispa, si los humores se enardecen, el periodismo lo imita: se divide en facciones efervescentes, sordas a las razones de los bandos opuestos. El periodismo debería releerse a sí mismo. Muchos de los intereses y principios que defiende y predica hoy son inversos a los que defendía ayer.

A partir de lo que aparece ahora en la superficie de los hechos se vislumbra la silueta de un futuro más bien opaco, que en nada se asemeja al del primer centenario. En 1910 el gran Rubén Darío escribió un largo "Canto a la Argentina" impregnado de una imbatible fe en el futuro. "¡He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre,/ he aquí la ventura esperada!" La voz del gran Juan Gelman se oscurecía en 2004 al entonar su propio canto a la Argentina: "Cuando el dolor se parece a un país / se parece a mi país. Los/ sin nada envuelven con/un pájaro humilde que/ no tiene método".

En toda la despoblada extensión de Argentina se oyen tambores de guerra. La batalla por conservar el poder o por arrebatarlo es a vida o muerte. Sindicatos adictos al gobierno contra sindicatos adversarios; piquetes contra piquetes. Las calles de las grandes ciudades han entrado en ebullición. La justicia se mueve a paso lento, tratando de proteger las instituciones. Gracias a la justicia, el mejor legado del gobierno Kirchner no se ha perdido en el polvo de las reyertas. Los imperdonables crímenes de la dictadura, los robos de recién nacidos en cautiverio, las torturas despiadadas, los vuelos con prisioneros a los que se arrojaba vivos en el océano y en el río de la Plata, no van a quedar ya sin condena y sin memoria.

Que se haya recuperado la dignidad vuelve aún menos explicable que la educación agonice degradada en sótanos de negligencia que medio siglo atrás parecían imposibles. La influencia de la Iglesia, que ha sido siempre un poderoso factor de regresión e intolerancia, no cesa de crecer. La prédica de los últimos tiempos trata de llamar la atención sobre el escándalo de la pobreza, pero no recuerda que por la pobreza mueren cientos de madres adolescentes en abortos clandestinos y que la mortalidad infantil supera el trece por mil.

Todos los diagnósticos sobre Argentina del futuro inmediato son pesimistas, porque el país pone sus esperanzas muy en alto, evoca las grandezas del pasado y sigue creyendo en una superioridad que las dictaduras militares convirtieron en polvo.

Vale la pena entonces, volver los ojos y preguntarse dónde está ahora Argentina. ¿En qué confín del mundo, centro del atlas, techo del universo? ¿Argentina es una potencia o una impotencia, un destino o un desatino, el cuello del tercer mundo o el rabo del primero?

Siempre se creyó que Argentina estaba en un sitio distinto del que le habían adjudicado la geografía, el azar o la historia. Pero nunca hubo tanto divorcio entre la realidad y los deseos como en estos últimos seis años. Ya en 1810 una de las obsesiones argentinas era alcanzar la grandeza. Lo que ahora obsesiona al país es el miedo a la pequeñez. Para evitar ese derrumbe, se oye repetir una y otra vez: Somos grandes, estamos entre los grandes. La única lástima es que los grandes no se dan cuenta.

"Estamos llamados a iniciar una nueva era", escribía Juan Bautista Alberdi en 1838. Y después Sarmiento, Mitre, Martí, Roca, Darío: todos se sumaron al coro, todos esperaban que la grandeza se manifestara de un momento a otro. ¿Dónde estábamos entonces, en qué lugar? Éramos un inagotable cuerno de la abundancia: los ganados y las mieses se derramaban por los costados.

Hacia 1928, las estadísticas señalaban que Argentina era superior a Francia en número de automóviles y a Japón en líneas de teléfonos. A fines de 1924, el poeta nacional Leopoldo Lugones proclamó que los militares eran los "últimos aristócratas" del espíritu y les exigió que, espada en mano, ejercieran su "derecho de mejores", con la ley o sin ella y emprendieran cruzadas para imponer un "orden nuevo". Las sucesivas cruzadas de los "aristócratas del espíritu" -que culminaron en la guerra de las Malvinas, en los campos de concentración de la dictadura y en los cementerios de desaparecidos-, precipitaron el país en un desastre para el que todavía busca salida.

Pertenecer a lugares a los que sólo Argentina cree pertenecer; imaginarse árbitro, mediador, factor de decisión en pleitos a los que no ha sido invitada: tales son las antiguas maldiciones de la nación, los signos alarmantes de un destino descolocado. Los países del primer mundo se distinguen, a grandes rasgos, por tener seguros de desempleo, escasa o nula mendicidad, bajísimo índice de mortalidad infantil, educación laica, gratuita y obligatoria. Y trenes. Sobre todo trenes. Los trenes (más que cualquier otro medio de transporte) son el termómetro de cuándo un país anda bien y cuándo no. Vaya a saber por qué, pero la modernidad se mide a través de vagones puntuales, frecuentes y limpios, como lo descubrieron los alemanes del este cuando cayó el Muro y pudieron viajar, deslumbrados, en la segunda clase del expreso Francfort-Hamburgo.

Mucha de la infelicidad argentina nace de una lección que la realidad siempre contradice. A los niños se les enseña en las escuelas que son hijos de un país grande acechado por desgracias de las que no es responsable. Nunca le será fácil alcanzar la dicha a un país que cree tener menos de lo que merece y que desde hace décadas imagina que es más de lo que es. "¿Cómo se vive allá, en América Latina?", me preguntaba un amigo cuando volví del exilio. Argentina no estaba, entonces, en América Latina sino en ninguna parte: ni en el continente al que pertenecía por afinidad geográfica ni en la Europa a la que creía pertenecer por razones de destino. Estaba, como quien dice, en el aire. Lo peor es que cuando tenga que bajar, no sabrá dónde.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Capitán Alatriste opina de políticos


Hace ya dos años, en la semana del 2 al 8 de septiembre de 2007, Arturo Pérez Reverte, escritor y periodista, publicó un artículo al que tituló "Esa gentuza".
Como nada ha cambiado y todos parecen olvidar hasta las noticias del día anterior, me pareció oportuno editarlo ahora en este blog sobre opiniones ajenas, desde hace un tiempo algo abandonado.


ESA GENTUZA
Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada.
Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado –ahí no hay discrepancias ideológicas– el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.
ARTURO PÉREZ REVERTE, escritor.

jueves, 10 de septiembre de 2009

ARGENTINOS EN CATALUÑA


A FONDO / Ese uno por ciento de la población
por LAZARO COVADLO
para diario EL MUNDO


Vienen de muy diversos lugares de su lejana Argentina natal. Se dedican a las profesiones más variopintas.Viven en diferentes rincones de Cataluña. Son ya el 1% de la población catalana. Se calcula que unos 60.000 argentinos residen actualmente en Cataluña. La mayoría entiende y habla el catalán.Se han adaptado. Tanto que, incluso, se han convertido en un auténtico lobby cultural, pues muchos de ellos se dedican a la literatura. Algunos se instalaron en Cataluña en los años 70.Otros llegaron hace poco tiempo, cuando el carralito les expulsó de un país que había llegado a ser de los más ricos del mundo en aquellas primeras décadas del siglo pasado. Esta es la radiografía de la Argentina catalana.
BARCELONA.- Un chiste de moda refiere que una mujer está haciendo el amor con un argentino y en el instante del éxtasis exclama: «¡Dios mío!»; el compañero de cama responde: «En la intimidad podés llamarme Carlitos». Ciertamente, existe un tópico que pinta a los argentinos como pedantes, fanfarrones y sabelotodos.

Laura d'Alessio no parece dispuesta a contradecir el estereotipo: tiene 29 años, ha llegado a finales de la pasada década y reside en Tarragona; es madre de dos niñas y posee el título de ingeniero de comunicación. Recientemente ha montado una empresa de informática.Le gusta bromear con lo que llama «la argentinización de Cataluña»: «Primero fueron los dentistas, inmediatamente llegaron los psicoanalistas, después vino la invasión de hormigas argentinas: ¡Indestructibles! A renglón seguido la plaga de cotorras... ¿No es verdad que son graciosas? ¡Y no hablemos de los jugadores de fútbol!: Hace años Maradona, después Saviola, ahora Messi. Por último el dulce de leche, puro sabor argentino. Los colonizaremos... ¡reíte de la invasión de los ultracuerpos, che!». Bromas aparte, es verídico que hay alrededor de 800 dentistas argentinos en Cataluña. Psicoanalistas, no se sabe exactamente cuántos, pero se habla de más de mil, entre lacanianos y otros.

En el consulado (que comparte edificio con esta redacción) están empadronados unos 35.000, aunque se calcula que son más de 60.000 los que viven y trabajan en las diversas localidades catalanas.Hay quienes, teniendo en cuenta a los que no se han inscrito en el consulado o a los que gozan de doble nacionalidad -al compartir la argentina con la española o con la de cualquier otro estado comunitario-, mencionan la cifra de 80.000. «¿Viste?, flaco, ¡representamos más del 1% de la población de Cataluña!, podríamos sacar un diputado... o algo», comenta Carlos Tejar con el típico acento y los modismos de barrio popular de Buenos Aires.

Lo cierto es que los argentinos de Cataluña constituyen un variopinto paisaje humano, están representados en casi todas las profesiones y situados en múltiples esferas y ambientes, en los que se encuentran desde el crack del Barça, el rosarino Lionel Messi, hasta el mencionado Carlos Tejar, del porteño barrio de Villa Devoto.Tejar tiene 34 años y tiene novia catalana, trabaja como operario en una empresa de construcción de Girona y se vino en 2001, cuando el corralito, que así se dio en llamar la debacle económica que hizo conocer la miseria a una tercera parte de la población argentina.Y es que las sucesivas crisis, económicas o políticas que periódicamente sacuden a la República Argentina son comparables a los zarandeos con que es tratado un árbol repleto de frutos maduros, los que comienzan a caer por efecto de la vibración.

Exilio económico y político

La crisis del corralito fue el último de los zarandeos. Se lo llamó así por un decreto del Gobierno de De la Rúa que incautó los depósitos bancarios de los ahorristas, una medida sin precedentes en las sociedades capitalistas modernas: el dinero de los depositantes quedaba «retenido» en un obligado corral y ellos no podían disponer de su legítimo patrimonio. Desgraciadamente, lo que había sido una nación de futuro en pocos días se convirtió en un estado de latrocinio. Los argentinos, pese a todo, no acabaron de perder el humor, como lo demostró una doctora antes de emigrar con su familia: «Nosotros, como gran parte de la alicaída clase media, estamos atrapados en el corralito. Pero estamos viendo una luz al final del camino, y está en Ezeiza [el aeropuerto internacional de Buenos Aires]». Fue a finales de 2001, y muchos de los que salieron entonces eran españoles que décadas antes habían emigrado a ese país, como un gallego que en los años 60 del pasado siglo acudió a buscar futuro a la Argentina y acabó volviendo a su tierra de origen. «Empezó a faltar el trabajo y tuve que cerrar el taller. Fui allí de joven buscando un paraíso que se ha convertido en un infierno. Ahora busco el paraíso en mi Galicia natal», explicó con su acento argentino, adquirido después de medio siglo de residencia en la provincia de Santa Fe.

El del corralito fue un exilio económico, pero antes de esa sacudida hubo otras y, consecuentemente, se produjeron otras oleadas emigratorias, como la que se inició en el año 1976, con el advenimiento de la dictatorial Junta Militar presidida por el general Jorge Rafael Videla, tildado de genocida, que produjo un hervidero de exiliados políticos, muchos de ellos artistas e intelectuales que salieron disparados con el saludable propósito de salvar el pellejo. Y es que el siglo XX fue pródigo en exilios, y si las dictaduras fascistas del período de entreguerras y el régimen de Franco produjeron importantes diásporas políticas, los regímenes autoritarios del Cono Sur de América repitieron la historia expulsando del suelo patrio porciones considerables de su población al destierro europeo.

Además del genocidio humano hubo otro cultural, como denunció en su día el gran escritor Julio Cortázar, quien afirmó que la dictadura había decretado la muerte de la cultura en el interior de Argentina. O como dijo también el poeta Alberto Szpumberg, que se refugio en Barcelona en aquel período sangriento y ahora alterna sus estadías entre la ciudad que lo acogió y Buenos Aires, su ciudad natal: «El exilio hizo del genocidio cultural un arma de lucha que señalaba más que el hecho efectivo de la muerte de la cultura argentina dentro de las fronteras, la voluntad del régimen de acabar con toda disidencia cultural y transformar a los intelectuales y artistas en subversivos culturales». Para Argentina, la fuga de sus ciudadanos más lúcidos y preparados significó un drenaje del material humano indispensable para la ejecución de cualquier proyecto de desarrollo.

Pero no todos los exiliados de la década de los setenta lo fueron por la dictadura de Videla y los generales. Ya antes, merced al terrorismo fascista del tristemente célebre López Rega, con gran ascendiente sobre la viuda de Perón -a la sazón presidenta de la República-, la situación se había hecho insostenible para los opositores. «Que quede bien claro que yo me exilié antes de Videla; yo tuve que escabullirme de la mafia del Brujo [apodo de López Rega], porque debe saberse que la represión empezó bastante antes de lo que se cree», dice Horacio Vázquez-Rial, escritor de renombre, con prestigiosos premios literarios en su haber, que llegó a Barcelona a finales de 1974, un año antes del golpe de estado. El autor de Soldado de porcelana, Frontera sur, Las dos muertes de Carlos Gardel, y otros muchos libros, desde su llegada, además de escribir y publicar, ha tenido tiempo de licenciarse y seguidamente doctorarse en Geografía e Historia.

Claro está que Barcelona ha sido, después de París, la ciudad predilecta de los escritores hispanoamericanos. Si nos centramos en los argentinos habrá que recordar que Julio Cortázar la visitaba asiduamente. Aquí vivieron y murieron Osvaldo Lamborghini y el poeta Luis Luchi, que fuera llamado El poeta de Parque Chás (un barrio popular de Buenos Aires), mientras que Lamborghini es tenido por escritor de culto, con reconocida influencia sobre narradores posteriores como César Aira (su albacea) y Ricardo Piglia. Otro escritor, y pensador estructuralista, que vivió y murió en Barcelona, fue Oscar Masotta (1930-1979), hoy mito de los psicoanalistas seguidores de la Escuela de Lacan.

En Barcelona residen autores como Antonio Tello, narrador y poeta (El hijo del arquitecto; Sílabas de arena) y Dante Bertini, que obtuvo el premio La sonrisa vertical del año 1993 con la novela El hombre de sus sueños. Tello y Bertini pertenecen a la oleada de exiliados de la Dictadura Militar y ambos son miembros de la Junta Directiva de la ACEC (Associació Col.legial d' Escriptors de Catalunya), entidad en la que figuran muchos otros narradores, poetas, traductores y ensayistas argentinos. Es de rigor mencionar a Osías Stutman, Carlos Vitale, Daniel Alcoba, Enrique Lynch (ensayista y profesor de estética en la Universidad de Barcelona), Ricardo Alcántara, Matías Néspolo (poeta y periodista literario, autor de Antología seca de Green Hills), Ana María Becciu, Gabriel Barnes, Eduardo Hojman, Nora Catelli, Teresa Martín Tafarell, Mario Satz, Edgardo Dobry Neus Aguado o Lázaro Covadlo.

Hay también literatos argentinos que viven fuera de Barcelona, como el poeta Federico Gorbea, que reside en Girona, mientras que la novelista Flavia Company, que escribe sus cuentos y novelas tanto en catalán como castellano, pasa la mayor parte del tiempo en Sant Carles de la Ràpita. Hija de catalanes radicados en Argentina, Company llegó a Catalunya a los diez años, junto con sus familiares.

Un poeta argentino muy singular es Eduardo Mazo, más conocido como el poeta de Las Ramblas debido, precisamente, a que vende sus libros en Las Ramblas. Mazo, a quien no le interesa vehículizar su obra por medio de editoriales y librerías, hace años que se instaló en la calle. Tal vez sea uno de los pocos poetas que se gana la vida con sus versos. En las Ramblas de Barcelona también se ganan la vida las originales estatuas humanas. Entre estos curiosos personajes hay más de tres argentinos. Lo dicho: abarcan casi todos los rubros.



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Artistas, músicos y cantautores
BARCELONA.- Argentina siempre contó con abundancia de buenos dibujantes e ilustradores. Horacio Altuna, desde hace muchos años vecino de Sitges, es uno de ellos. El dibujante de Las puertitas del señor López actualmente dibuja tiras diarias en El Periódico de Catalunya. Por otro lado, en Lleida vive, trabaja y coloca sus caricaturas en el diario El Segre Armengol Tolsa, que firma Ermengol, mientras que en el universo de la publicidad destaca el ilustrador Miguel Garigliano. Las prestaciones de este creativo y director de arte, de gran talento, se las disputan varias agencias de publicidad, entre las que figuran Mc Cann Ericson; Ogilvi & Mather, y Tiempo bbdo. Garigliano ha dirigido y escenografiado spots publicitarios televisivos de Nestlé, la Toja y otras marcas.

El mundo del espectáculo tampoco está falto de argentinos. Algunos muy singulares, como el célebre transformista Angel Pavlovsky (La Diva), cuyo espectáculo, Orgullosamente humilde, estuvo seis años en cartel. Otro creador notable, aunque algo menos famoso, es Sergio Danti y Mira (sobrino nieto del doctor Mira y López). Danti, fundador en Barcelona de la empresa de espectáculos Fila 7, es hombre de variopintas maestrías: En tiempos pasados fue representante de actores, pero en la actualidad ejerce como humorista, actor y guionista de televisión; además de escritor, músico y cantautor.

Claro que si hablamos de cantautores es obligado mencionar a Sergio Makaroff, que llegó a Barcelona en 1978, al que los aficionados a las etiquetas encuentran que resulta demasiado rockero para ser considerado un cantautor y demasiado cantautor para entrar en la categoría de rockero. Cuando editó Un hombre feo la crítica lo ensalzó: «En este disco hay cumbia, rap, tango, rock, milonga, ranchera...»

Como quiera que sea, inevitablemente habrá que ir a parar al mítico Gato Pérez, otro grande llegado de Argentina, que vivió y murió en Cataluña, se embebió de cultura gitana y revolucionó el mundillo musical de la Ciudad Condal. ¿Quién, en el mundo de la Salsa no se acuerda de Javier Patricio Pérez más tarde renombrado como Gato Pérez, nacido en Buenos Aires en 1951 y llegado a Barcelona en 1966? A principios de los setenta el Gato forma su primer grupo musical, el Slobo. Tras formar parte de varios grupos musicales con los que tocó en Zeleste, Gato descubrió la fórmula. Fue en agosto de 1977, y el deslumbramiento ocurrió en las fiestas de Gràcia, donde tocaban los famosos gitanos del barrio. Desde ese momento el autor de El ventilador, Gitanitos y morenos y Todos los gatos son pardos quedó atrapado por la Rumba Catalana. El hecho cierto es que para Gato fue amor a primera vista y la hizo suya. Con la rumba, Gato por fin encuentra la música perfecta para esas letras increíbles que llegó a componer.Seguiría fiel al género hasta el fin de sus días, en 1990, en Caldes de Montbui.

Los argentinos residentes en Cataluña se desempeñan en casi todas las profesiones y oficios. Además de los tan conspicuos artistas, psicoanalistas y odontólogos, hay mecánicos, camareros, cocineros, empresarios, dueños de restaurantes típicos, artesanos, profesores de idiomas, secretarias, publicistas, médicos, enólogos, astrólogos, agentes inmobiliarios y un largo etcétera. De ellos más de un 60% entienden y hablan catalán. Por haber, hay hasta ex guerrilleros.Es el caso de Mario Firmenich (Buenos Aires, 1948) fundador de la organización armada Montoneros, quien participó en el secuestro y posterior asesinato del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu, al que Montoneros sometió a lo que llamó un «juicio popular».Más tarde Firmenich lideró la organización subversiva y se lo consideró como representante del ala más militarista del grupo.Licenciado en Economía en la Universidad de Buenos Aires, posteriormente marchó a Barcelona, donde se doctoró en 1999 bajo la tutela del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, desempeñándose como profesor asociado en el Departamento de Teoría Económica de la UB. Actualmente reside con su familia en Vilanova i la Geltrú, y es profesor del Departamento de Economía de la URV.

Una vez más: en Cataluña los argentinos son de lo más diversos, están en todas partes y hacen de todo.

ilustra: el alcalde de Barcelona, foto extraída de la web.

lunes, 3 de agosto de 2009

El lado de la verdad...


-¿De qué lado estás vos?
- ¿Yo? ¡Yo estoy del lado de la verdad!

(Copiar en el buscador de Google:
http://www.youtube.com/watch?v=QnxtAK8eOOQ
Pulsar entry)

sábado, 6 de junio de 2009

Un perdedor de cien años


Que Juan Carlos Onetti cumpla cien años es una redundancia, porque ya los tenía cuando nació, en Montevideo, el 1º de julio de 1909. Pasaba la mayor parte del tiempo en la cama y la inmovilidad centenaria era su manera de entenderse con el mundo. En sus años finales recibió todos los honores que de sobra había merecido mucho antes, por una obra narrativa áspera y desilusionada como no hay otra en América latina. Era una personalidad difícil de tratar, desdeñoso aun con lo que le gustaba, malhumorado y de una timidez sin límites. Esas cualidades se reflejan en "el estilo crapuloso" que Mario Vargas Llosa analiza en su reciente ensayo sobre Onetti, El viaje a la ficción .
Cree Vargas Llosa que esa oscuridad, esa amalgama vertiginosa de historias trágicas y excrecencias del cuerpo, fracasos y humillaciones, desesperados y explotadores es más que una vena narrativa. "[Es] una protesta contra la condición que, dentro de la inconmensurable diversidad humana, hacía de él una persona particularmente para eso que, con metáfora feroz, se llama «la lucha por la vida»". El propio Onetti se lo dijo a María Esther Gilio: "Todos los personajes y todas las personas nacieron para la derrota. Uno puede detener la trayectoria del personaje en un instante de triunfo pero, si continuamos, el final es siempre Waterloo". Tal vez por eso llegó segundo a casi todos los premios a los que se presentó. Pero el último, y el más importante en lengua castellana, el Cervantes que recibió en 1980, le sirvió como conjuro.
Primero, quedó finalista del premio Farrar y Reinhart, de Nueva York, con la novela Tiempo de abrazar : le ganó Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno . Luego, el argentino Marco Denevi lo derrotó en el concurso Life en Español: su cuento "Ceremonia secreta" se impuso sobre el extraordinario "Jacob y el otro", que al comienzo no había quedado siquiera entre los seleccionados. Algo curioso, dado que es fácil reconocer allí la grandeza narrativa de Onetti. La historia ocurre en su ciudad mítica, Santa María, y varias marcas de su estilo -la monotonía y la asfixia de la vida cotidiana, la cruel explotación entre personas- se suceden. Al parecer, ni siquiera lo notó el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, uno de los jurados. Alguien debió de advertírselo porque en el fallo final "Jacob y el otro" fue agregado a una nómina de finalistas que lo omitía en su primera versión.
El premio Fabril ignoró El astillero -una obra maestra- y prefirió El profesor de inglés , una ya olvidada novela del argentino Jorge Masciángioli. Poco después, en 1967, cuando Vargas Llosa recibió el Rómulo Gallegos por La casa verde , señaló en su discurso que le parecía injusto distinguir esa novela sobre su competidora Juntacadáveres . Los otros finalistas del período, 1962-1966, eran Julio Cortázar por Rayuela , Carlos Fuentes por La muerte de Artemio Cruz y Gabriel García Márquez por El coronel no tiene quien le escriba .
Ese destino es una ironía para alguien que, cuando debió juzgar, lo hizo con una arbitrariedad casi pueril. Lo vi castigar a autores valiosos, entre ellos a Manuel Puig en el concurso Primera Plana-Sudamericana de 1969, para el que fue jurado con María Rosa Oliver y Severo Sarduy. Había consenso para premiar Boquitas pintadas , que Puig presentó con el título Tangos y boleros , pero Onetti la rechazó sin contemplaciones. "Quiero saber cómo escribe de verdad el coso ese cuando no copia cartas, fragmentos de calendarios, informes burocráticos, conversaciones telefónicas, informes policiales y avisos fúnebres", dijo. Y en 1974, cuando, junto con la escritora Mercedes Rein y el crítico Jorge Ruffinelli concedió el premio anual de narrativa de la revista Marcha al cuento "El guardaespaldas", de Nelson Marra, exigió que se aclarase en el fallo: "El jurado Juan Carlos Onetti hace constar que el cuento ganador, aun cuando es inequívocamente el mejor, contiene pasajes de violencia sexual desagradables e inútiles desde el punto de vista literario".
A la dictadura que dominaba Uruguay no le importó: supuso que el cuento se burlaba de un comisario muerto años antes por la guerrilla Tupamaros y envió a la cárcel a Onetti (de sesenta y seis años en ese momento), a Rein (enferma de cáncer), al director de Marcha Carlos Quijano y a Nelson Marra, quien fue condenado por la Justicia Militar y sufrió cuatro años de torturas antes de salir al exilio. Ruffinelli se hallaba en México en el momento del escándalo; quedó prófugo con una orden de captura por diez años.
Sin el complemento habitual de whisky y cigarrillos, Onetti leyó novelas policiales durante su reclusión en una celda y su posterior traslado a un neuropsiquiátrico, gracias a la presión internacional. El encierro desquició en más de una ocasión a este autor de tantos personajes suicidas y, cuando llegó a España, meses más tarde, creía que lo había perdido todo y que su futuro era un páramo. "De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor", dijo al recibir el Cervantes. Había pasado mucho tiempo sin escribir y sólo un año antes del premio, en 1979, volvió a publicar: Dejemos hablar al viento . Hasta su muerte, el 30 de mayo de 1994, nunca regresó a Uruguay. José María Sanguinetti, el primer presidente de la recién recuperada democracia, le llevó a Madrid su Gran Premio Nacional de Literatura.
No fue más amable con las mujeres. Se casó cuatro veces, las dos primeras con primas que eran hermanas entre sí: María Amalia Onetti y María Julia Onetti. Cuando se separó de la tercera esposa, Elizabeth María Pekelharing, se casó para siempre -los cuarenta años de vida que le quedaban- con la violinista Dorotea Muhr. La frase con que le dedicó, en 1960, La cara de la desgracia (un librito parco, de 50 páginas, editado por Alfa en Montevideo, con la fotografía de una bicicleta abandonada y una orla verde en la portada), fue para el lector tan cruel y misteriosa como el propio relato: "Para Dorotea Muhr, ese ignorado perro de la dicha". La enigmática declaración de amor o compasión o cólera resumía sus tortuosos vínculos con la realidad.
Rara vez las historias personales de un escritor sirven para iluminar su obra. En el caso de Onetti, las formas ácidas de sus amores son, sin embargo, el preciso complemento de las mujeres estériles, mutiladas o vejadas por la vida que desfilan en sus ficciones implacables. Ciertas frases rápidas como látigos definen esas relaciones. El verso final de un célebre poema de Idea Vilariño -con la que Onetti vivió una desdichada y larga historia sentimental- es el eco de las infinitas amarguras que compartieron. "No te veré morir", profetiza Idea. No hay peor condena que ésa en el amor: vivir de espaldas a la muerte de alguien a quien alguna vez se le dio todo.
Cuando en julio de 1967, el Instituto de Cultura y Bellas Artes de Venezuela, que estaba a punto de conceder por primera vez el premio Rómulo Gallegos, concentró en Caracas a unos veinte escritores y críticos latinoamericanos, Onetti llegó temprano y se encerró en su habitación del hotel Tampa. Se tumbó en la cama, se negó a salir y no hizo otra cosa que escribir, beber whisky, fumar y leer novelas policiales. El diario El Nacional envió a la más brillante de sus redactoras literarias, Marie-Jose Fauvelles, una joven poeta nacida en Francia que firmaba con el seudónimo de Miyó Vestrini. Desde luego, jamás logró que le atendiera el teléfono. Se instaló entonces en el vestíbulo del Tampa y empezó a enviarle poemas junto con insistentes pedidos de entrevista. Al tercer día, Onetti cedió a la curiosidad y aceptó hablar con ella, pero no más de veinte minutos. Fueron cinco días.
Dolly lo amó como era: con su bohemia, su desasosiego y su insaciable apetito por otras mujeres. Le aseguró a Vargas Llosa que fue feliz a su lado. Ahora la ilusiona que se lo esté leyendo más: "Estos homenajes lo traen a la vista pública", dijo la semana pasada, cuando inauguró el Año Onetti en Uruguay con la lectura de fragmentos de El pozo , la primera novela. Logró, de algún modo, reconciliarlo con sus orígenes: en la cúpula del legendario teatro Solís, una foto que el artista Hermenegildo Sábat le tomó a Onetti, retrabajada por el fotógrafo Juan Carlos Urruzola, lo muestra, gigante, mirando a la Montevideo de sus infinitas derrotas.
Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION
Foto : EFE

domingo, 18 de enero de 2009

atrocidades propias, poema XI

Me pregunto
si algún animal conoce
el miedo en extrema pureza
el miedo del despertar
el miedo de la eternidad sin
rastros de su existencia
que ha de empezar en cualquier momento
- un mal cálculo
en la caza cotidiana
una caída
una emboscada funesta –
Me pregunto
qué sueña el animal herido
el mundo está impregnado
de horribles dolores animales sin opio
me imagino
su espanto tocado por la vara de la agonía
subiéndole desde el dedo
hacia la voz
me pregunto si anhela la muerte como
una fruta temblando en el horizonte
me pregunto si llora
si en el último minuto
una imagen de mujer
-en su ojo oxidado-
lo consuela.
Poema de Laura Frucella - Fotografía de Arthur Tress

domingo, 23 de noviembre de 2008

¿Censura?

(Noticia publicada el 22-11-2008 en Libertad Digital)

Miles de personas han clamado este sábado a favor de la libertad de expresión y contra el caciquismo del CAC, el órgano censor de la Generalidad. Bajo el grito de "libertad, libertad", los congregados han portado decenas de pancartas así como banderas catalanas y españolas.
La afluencia ha sido tal que la policía autonómica se ha visto en la obligación de cortar gran parte de la calle Entença -de cuatro carriles- en la que se sitúa la sede del Consejo Audiovisual de Cataluña, pese a que el Ayuntamiento de Barcelona no tenía intención de hacerlo. Tampoco se retiraron los vehículos estacionados en la zona, impidiendo el acceso de las personas. Pese a ello, han sido miles los asistentes, llamados por Ciudadanos. El PP no ha secundado la protesta, pese a enviar un comunicado en el que apelan a "la libertad de expresión en toda su extensión".
El reparto del dial catalán acabó con dos emisoras menos para la COPE -la de Lérida y Gerona- y tres menos para el grupo Vocento. De hecho, en la concentración no se han dejado de oír mensajes de apoyo hacia la emisora de la Conferencia Episcopal. "Federico, Federico", han coreado, en referencia al director de "La Mañana" de la COPE. "Queremos la COPE, queremos la COPE", han dicho en otro momento del acto.
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ha subrayado en su discurso que "somos ciudadanos, no súbditos" y recordó a las miles de personas reunidas que "desde el sofá no podemos hacer nada" contra lo que ha considerado un "oasis putrefacto". Por ello, indicó que "cada vez somos más los que no queremos mirar a otro lado" por lo que "tenemos que pasar a la acción".
Rivera habló ante las puertas del CAC, entre numerosos gritos de los reunidos en favor de la libertad de expresión, recordó que este organismo "es el guardián de esta supuesta nación inventada" aunque puntualizó que "detrás del CAC está la mano de la Generalidad". Denunció además que en un supuesto organismo independiente siete de sus diez miembros hayan sido diputados o alcaldes y tengan sueldos de hasta 130.000 euros.
"Nos enfrentamos al neocaciquismo", indicó el parlamentario catalán. Dijo que la esencia es que aunque no se esté de acuerdo con las opiniones de los medios de comunicación exista la libertad y posibilidad de poder escucharlos. En este sentido, añadió que "si no nos movemos los ciudadanos no lo va a hacer nadie".
Por su parte, otro de los representantes de Ciudadanos, Jordi Cañas, deleitó a los presentes con un discurso claro y sin complejos y denunció que el objetivo final de medidas como la del CAC es contribuir a la "construcción nacional". "El nacionalismo necesita una ciudadanía manipulada y manipulable y el principal obstáculo para conseguirlo es la libertad de expresión", aseguró.
Subrayó también que el Consejo Audiovisual de Cataluña tiene un coste para los catalanes de diez millones de euros anuales, un organismo que "pretende amordazar a los medios" en esta comunidad. De hecho, afirmó que las atribuciones del CAC son "únicas en toda Europa", propias "de regímenes totalitarios" y denunciadas por organismos internacionales.
Calificó de "advertencia" la retirada de las licencias a varios medios de comunicación como a COPE que, a su juicio, ha sido realizada con "un mecanismo perverso, el crimen y el castigo". "Quien critica al poder es castigado", señaló. El objetivo es que los propios medios de comunicación sean "sumisos" y se apliquen una censura previa.
Cañas subrayó que "cuando la verdad y la libertad se convierten para los nacionalistas en valores prescindibles queremos decir que seremos un baluarte de la libertad y la defenderemos siempre". Y acabó con un "viva la libertad".

Fotografía de Erwin Wum