sábado, 1 de diciembre de 2007

¡Ha entrado un hombre desnudo!


"¡Ha entrado un hombre desnudo! ¡Qué confianzudo, qué confianzudo!" Así gorjeaba en un escenario porteño, medio siglo atrás, la vedette Sarita Rivera, en el vodevil del mismo título. El confianzudo en cuestión era un actor excelente, Daniel de Alvarado, sin duda obligado a asumir tan riesgoso papel por razones económicas. Claro que ni soñaba entrar desnudo: un oportuno guiño de las luces creaba la ilusión de que la protagonista, en una noche de insomnio, recibía al visitante inesperado, a quien de inmediato arrojaba una bata para cubrirse. Sarita fue todo un personaje de la Buenos Aires de entonces, algo así como la reina del kitsch , y una auténtica pionera en materia de desnudo en el teatro, puesto que ha sido, probablemente, la primera estrella de revista que se atrevió a aparecer sin más ropa que una cinta dorada: reclinada en una media luna, con ayuda de esforzados maquinistas, descendía lentamente hacia el tablado mientras entonaba una canción, sin bajarse de su vehículo espacial.
* * * El tema de hoy viene a cuento porque un amigo me envió, días atrás, un e-mail avisándome que en YouTube se referían, con imágenes y sonido, al último Festival de Spoleto, en el que el tenor australiano Randall Scotting llamó la atención por interpretar, completamente desnudo, (ver link) el papel de Hércules en una ópera de Vivaldi, Ercole sul Termodonte . Mi amigo me preguntaba si yo conocía algún antecedente y cuál era, a través del tiempo, la historia del desnudo masculino en el teatro. Del desnudo femenino, sabemos de sobra todas las etapas que ha atravesado desde los primeros espectáculos, en la antigua Grecia, y conocemos el concepto que los griegos tenían de la desnudez y de la belleza masculina. Pero a las mujeres se les prohibía asistir a las olimpíadas, porque los atletas estaban desnudos Innecesario referirse a la causa de la prohibición: la conocemos todos, y no está de más recordar que esa causa ha merecido una notable reflexión del ilustre escritor inglés John Berger, en su libro El tamaño de una bolsa (Taurus, 2004), al comentar la reciente limpieza de los frescos de la Capilla Sixtina. Y tal vez convenga aclarar aquí que el tenor Randall Scotting, tal como se lo ve en YouTube, además de hermosa voz tiene un físico armonioso que le permite circular por el escenario muy suelto de cuerpo, sin más ropa que la famosa piel del león de Nemea. Pocos de sus colegas podrían incurrir en la misma travesura. Volvamos a la historia. Los romanos, al revés de lo que suele creerse, fueron bastante más pudorosos que los griegos en la materia. Y si bien en sus comedias se permitían toda clase de obscenidades, la desnudez pública estaba bastante restringida: en las estatuas tan sólo se admitía la llamada "desnudez heroica" -así se representaba al emperador, idealizado-, o la de personajes mitológicos, Apolo, Mercurio, Hércules.

De esta licencia se ha servido, sin duda, el régisseur de Ercole sul Termodonte . Durante el Renacimiento, las crónicas aluden prudentemente a ciertas representaciones privadas, en las que se daba rienda suelta al voyerismo de los espectadores. La práctica continuó hasta el siglo XVIII, en cuyos grabados libertinos suelen verse esos espectáculos en pequeñas salas de mansiones aristocráticas, con los actores desnudos ejecutando toda clase de actos sexuales sin inhibiciones. Esta forma de exhibicionismo es cultivada, en realidad, en todo tiempo y lugar, pero el siglo XIX se esmeró, bajo el código puritano de la reina Victoria, en ocultarla.

Lin Yutang, injustamente olvidado pensador chino, muy de moda en la Argentina hacia 1940, sostenía que si el mundo fuese gobernado por las mujeres, los objetos sexuales serían los varones, a los que se exhibiría públicamente con escasa o ninguna ropa, como se hace con las vedettes y las modelos. No ha sido necesario, sin embargo, producir un cambio político de género para que su teoría se lleve a la práctica. Basta ver el canal Cosmo, la publicidad de ropa interior masculina, asistir a algunos shows públicos o a una despedida de soltera, para advertir que el tabú de la desnudez frontal masculina casi ha desaparecido de nuestros escenarios. Tal vez, el impulso decisivo en la materia lo diera el estreno de Hair , en Londres, en 1968, conocida en Buenos Aires tres años después, en una producción de Alejandro Romay, en la que el desnudo total del elenco, mujeres y varones, marcó un hito en la historia del espectáculo en la Argentina. Por Ernesto Schoo para La Nación de Buenos Aires.
Photos : foto de Elliot Erwitt y retrato promocional de Yul Brinner