 Encuentro falaces y peligrosas
Encuentro falaces y peligrosastodas las ceremonias.
¡Viva el olvido!
Sólo veo dignidad en la nada.
Luis Buñuel
BSO : Jampin Jack n' Bombrillia: murders
fotograma de la película Viridiana
los textos ajenos que me hacen pensar - los jardines vecinos a dante bertini
 Encuentro falaces y peligrosas
Encuentro falaces y peligrosas
 Un informe mundial muestra el aumento del tráfico, mediante engaño, de mujeres argentinas.
Un informe mundial muestra el aumento del tráfico, mediante engaño, de mujeres argentinas. Matt Sanchez está hoy entre los nombres más buscados en Technorati y Google. Quién es Matt Sanchez? Matt es ex-Marine de los Estados Unidos, estudiante de la Universidad de Columbia y referente de la derecha política republicana. Recientemente se mostró en la TV discutiendo con otros estudiantes que se oponían a la presencia de las FFAA en su facultad (en Manhattan, NYC). Este grandote de ascendencia latina tiene todo el derecho de expresarse y de defender la presencia de los militares en el campus universitario (también se expresa libremente desde su blog personal y desde su espacio en MySpace).La voz y los argumentos de Matt, que justifican la presencia militar en la universidad, fueron escuchados y a su vez retransmitidos a todo el país por los periodistas conservadores más famosos de los Estados Unidos: Bill O'Reilly, Ann Coulter y Sean Hannity.Esta historia hasta aquí es razonable y lógica. Pero aquí esta el dato que no termina de encajar: el ex-Mariner, antes de hacerse portavoz de la derecha universitaria, fue un actor que grabó en video más de una docena de títulos que se pueden clasificar en el género gay-porn, sin ningún tipo de discusión, bajo el seudónimo Rod Mayors. Aquí están las listas de los videos protagonizados por Rod en TLA y en Bijou Video. También trabajó para la productoras de Kristen Bjorn como Pierre LaBranche.Aquí pueden encontrar una larga entrevista donde Matt habla sobre su trabajo para el pornógrafo Bjorn (uno de sus trabajos se titula "Patriot Ass" (Culo Patriota). La pregunta que queda flotando detrás del escándalo mediático "Matt Sanchez" (que está provocando entradas en muchísimos blogs a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos): Puede una estrella porno ser un referente de la derecha conservadora, pro-militar, solo con un retoque de cirugía estética en su rostro? Puede la derecha conservadora norteamericana aceptar a una ex-estrella porno en sus filas y seguir criticando la "inmoralidad" de la industria pornográfica y la verguenza que le provocan los homosexuales en su sociedad democrática, plural e igualitaria?
Matt Sanchez está hoy entre los nombres más buscados en Technorati y Google. Quién es Matt Sanchez? Matt es ex-Marine de los Estados Unidos, estudiante de la Universidad de Columbia y referente de la derecha política republicana. Recientemente se mostró en la TV discutiendo con otros estudiantes que se oponían a la presencia de las FFAA en su facultad (en Manhattan, NYC). Este grandote de ascendencia latina tiene todo el derecho de expresarse y de defender la presencia de los militares en el campus universitario (también se expresa libremente desde su blog personal y desde su espacio en MySpace).La voz y los argumentos de Matt, que justifican la presencia militar en la universidad, fueron escuchados y a su vez retransmitidos a todo el país por los periodistas conservadores más famosos de los Estados Unidos: Bill O'Reilly, Ann Coulter y Sean Hannity.Esta historia hasta aquí es razonable y lógica. Pero aquí esta el dato que no termina de encajar: el ex-Mariner, antes de hacerse portavoz de la derecha universitaria, fue un actor que grabó en video más de una docena de títulos que se pueden clasificar en el género gay-porn, sin ningún tipo de discusión, bajo el seudónimo Rod Mayors. Aquí están las listas de los videos protagonizados por Rod en TLA y en Bijou Video. También trabajó para la productoras de Kristen Bjorn como Pierre LaBranche.Aquí pueden encontrar una larga entrevista donde Matt habla sobre su trabajo para el pornógrafo Bjorn (uno de sus trabajos se titula "Patriot Ass" (Culo Patriota). La pregunta que queda flotando detrás del escándalo mediático "Matt Sanchez" (que está provocando entradas en muchísimos blogs a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos): Puede una estrella porno ser un referente de la derecha conservadora, pro-militar, solo con un retoque de cirugía estética en su rostro? Puede la derecha conservadora norteamericana aceptar a una ex-estrella porno en sus filas y seguir criticando la "inmoralidad" de la industria pornográfica y la verguenza que le provocan los homosexuales en su sociedad democrática, plural e igualitaria?
 Seminario Anual Crítico Permanente de Historia Argentina.
Seminario Anual Crítico Permanente de Historia Argentina. Ya es costumbre que, en los meses preelectorales, los políticos desplieguen ante los votantes sus catálogos de ilusiones. En la mayoría de los casos se trata de promesas patrioteras o populistas que encienden los sentimientos de las mayorías. Pocas de esas promesas pueden ser cumplidas, porque son sólo expresiones de deseo o trampas de la imaginación que sólo atrapan a los incautos. Todas se desvanecen pronto en el aire del olvido. No son espejismos inofensivos, sin embargo. Algunos han conducido a desastres y matanzas, como los inexistentes arsenales iraquíes de destrucción masiva, que derivaron en una guerra sin fin y en la brutal recesión de la economía norteamericana. Otros han empezado con grandes palabras -revolución, liberación, independencia- que encubrieron dictaduras, corrupción y crímenes. El arte suele ser un excelente antídoto contra esos engaños. Hace pocos meses volvió a editarse en DVD una poco difundida película que Orson Welles realizó en 1973, F for Fake ("F de falso"), mutilada para su exhibición comercial por distribuidores iraníes y difundida en la Argentina con otro título, Verdades y mentiras . Como todas las obras de Welles, tampoco en ésta hay afanes pedagógicos o morales, sino el implacable reflejo de una época de confusión, como era la de hace tres décadas y como es la de ahora. La película comienza en los andenes de una estación brumosa, donde un mago de circo transforma las monedas que le proporcionan los pasajeros en llaves de arena, luces de bengala y ángeles de algodón que se disuelven cuando alguien intenta tocarlos. Mientras una mujer etérea avanza entre las valijas, la voz sepulcral de Welles exalta la nobleza de la mentira contra la estrechez de la falsificación, antes de explicar en tres historias cuáles son las diferencias entre una y otra. En la primera parte, el jefe de la policía secreta del zar urde un libro paranoico, Protocolos de los sabios de Sión , para justificar los demenciales pogromos rusos de comienzos del siglo XX. La segunda parte es una laboriosa entrevista del biógrafo falsificador Clifford Irving al falsificador de cuadros Elmyr de Hory. Ambos conversan junto a las mesas de juego de Las Vegas, en el puente de Londres y en un galpón secreto de Ibiza, entre incontables cuadros de Mattisse, Bracque y Van Gogh, todos falsos, por supuesto. La superchería final es autobiográfica: Welles se muestra a sí mismo en 1938, aterrorizando a los campesinos del Medio Oeste norteamericano con su versión radial de La guerra de los mundos , pero tanto el documental que narra esa mistificación como los reportajes a granjeros en fuga y automovilistas paralizados en las rutas de Ohio están fraguados con recortes de archivo, películas ajenas, fotos trucadas y malabarismos de computadora. Desde un horizonte alucinado, Welles explica, con su maravillosa voz de sótano, que la mentira es la finalidad de todo arte, mientras que la falsificación es sólo un medio para obtener ganancias, lo que es una cita del ensayo de Oscar Wilde La decadencia de la mentira . Los embaucadores famosos abundan en los reinos del arte, donde han multiplicado los claroscuros de Rembrandt, los cuellos de cisne de Modigliani y los escritos póstumos del marqués de Sade. Hay ciudades y enciclopedias falsas pero verosímiles, como lo saben los lectores de Marco Polo, de Calvino y de Borges; hay santos falsos como los que imaginaba Gonzalo de Berceo a comienzos del siglo XIII cuando deseaba desviar a los peregrinos hacia su convento de San Millán y retener sus limosnas; hay fotografías de monstruos que no existen, como las que reproduce un libro magistral llamado Freaks, de Leslie Fiedler, en el que se ve un niño hindú de cuyas espaldas brota otro niño parásito, y un hombre con cuatro pies elegantemente calzados. Pero las falsificaciones son aún más caudalosas en los feudos de la política, donde las estadísticas se desplazan siguiendo el índice interesado de los caudillos, de modo que la miseria, el alcoholismo y la violencia urbana podrían ser menos graves en Caracas y Tucumán que en Riga o Amsterdam. Hasta el lenguaje tiene sus víctimas, y ciertas frases siguen identificándose con personajes que jamás las pronunciaron. Una de las más célebres es el "Elemental, mi querido Watson", de Sherlock Holmes, que no aparece en ninguna de las cuatro novelas y 57 narraciones breves escritas por su creador, Arthur Conan Doyle. La improvisó el actor sudafricano Basil Rathbone, mientras filmaba El sabueso de los Baskerville, en 1939, y desde entonces sigue adherida a Holmes con más énfasis que su pipa y su violín. Ni pertenece a Voltaire la famosa sentencia "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero voy a defender con mi propia vida su derecho a decirlo". Esa frase fue incluida por primera vez en un libro de Evelyn Hall titulado Los amigos de Voltaire (1906) y, a pesar de su falsedad comprobada, se la reproduce con la firma del filósofo francés en los más serios manifiestos y proclamas sobre la libertad de pensamiento. El purgatorio de las obras (y de las vidas) imaginarias es casi tan populoso como el de las verdaderas. El cine ha difundido más de una vez la historia de la falsaria Anna Andersson, quien murió hace tres décadas tratando de convencer al mundo de que era Anastasia, una de las hijas del zar Nicolás II. La credulidad de la gente y las ambigüedades de la historia le permitieron sostener esa mentira hasta el fin, y vivir de ella con cierta holgura. La enumeración de mistificaciones puede resultar interminable. Algunas son tan llamativas que merecen lugar aparte. Entre las más sonoras está la del holandés Hans van Meegeren, quien estudió con tanto celo y talento las técnicas de Jan Vermeer -figura mayor de la pintura flamenca del siglo XVII- como para inventar, entre 1936 y 1942, siete obras maestras desconocidas, que los expertos atribuyeron a una etapa temprana de Vermeer. Una de ellas, Cristo en Emaús , unía con destreza algunas jarras de vino, cabezas, manos y platos de sus obras juveniles y las ordenaba de manera tan nueva que media Europa quedó sin aliento ante el hallazgo. Nadie pudo descubrir que Van Meegeren era un falsario. Irónicamente, tuvo que hacerlo él mismo. Al terminar la Segunda Guerra, la policía holandesa lo arrestó por vender al enemigo obras que pertenecían al patrimonio nacional y lo amenazó con la cárcel perpetua. Van Meegeren eligió entonces denunciarse como falsificador, delito menos ofensivo que el de colaboracionista. Para demostrar que no mentía, pintó un último Vermeer en su celda: el mejor de todos y el único que fue destruido. Menos patética es la historia del francés Vrain-Denis Lucas, quien se hizo rico vendiendo una colección de veintisiete autógrafos de Colón, Carlos V, Dante, Carlomagno y Julio César, todos falsos, por supuesto. Tres de las joyas de aquel conjunto bastaron para asegurar la inmortalidad a Vrain Lucas, no en los anales de los coleccionistas sino en los osados dominios de la falsedad, donde todo es posible: una carta de Sócrates a sus discípulos antes de beber la cicuta; un relato de Lázaro sobre los prodigios del paraíso, después de ser resucitado; una confesión arrepentida de María Magdalena a la comunidad de Jerusalén. La Enciclopedia Británica supone que este último texto fue el que delató a Vrain Lucas porque el falsario, ya cebado, lo escribió en francés. La historia de la política argentina abunda en esas ventas de abalorios, que pierden rápidamente su brillo ante la cegadora realidad. La patria socialista del último Perón, la recuperación victoriosa de las Malvinas, el uno a uno de Menem, Cavallo y de la Rúa, así como los fuegos fatuos del corralito, fueron algunos de esos espejismos que llevaron al país hacia abismos de los que no fue fácil salir. Desde el principio de los tiempos, el hombre inventa fábulas para que otros las vivan y las sufran, así como la vida inventa realidades que con frecuencia terminan convirtiéndose en fábulas. Por Tomás Eloy Martínez Para LA NACION
Ya es costumbre que, en los meses preelectorales, los políticos desplieguen ante los votantes sus catálogos de ilusiones. En la mayoría de los casos se trata de promesas patrioteras o populistas que encienden los sentimientos de las mayorías. Pocas de esas promesas pueden ser cumplidas, porque son sólo expresiones de deseo o trampas de la imaginación que sólo atrapan a los incautos. Todas se desvanecen pronto en el aire del olvido. No son espejismos inofensivos, sin embargo. Algunos han conducido a desastres y matanzas, como los inexistentes arsenales iraquíes de destrucción masiva, que derivaron en una guerra sin fin y en la brutal recesión de la economía norteamericana. Otros han empezado con grandes palabras -revolución, liberación, independencia- que encubrieron dictaduras, corrupción y crímenes. El arte suele ser un excelente antídoto contra esos engaños. Hace pocos meses volvió a editarse en DVD una poco difundida película que Orson Welles realizó en 1973, F for Fake ("F de falso"), mutilada para su exhibición comercial por distribuidores iraníes y difundida en la Argentina con otro título, Verdades y mentiras . Como todas las obras de Welles, tampoco en ésta hay afanes pedagógicos o morales, sino el implacable reflejo de una época de confusión, como era la de hace tres décadas y como es la de ahora. La película comienza en los andenes de una estación brumosa, donde un mago de circo transforma las monedas que le proporcionan los pasajeros en llaves de arena, luces de bengala y ángeles de algodón que se disuelven cuando alguien intenta tocarlos. Mientras una mujer etérea avanza entre las valijas, la voz sepulcral de Welles exalta la nobleza de la mentira contra la estrechez de la falsificación, antes de explicar en tres historias cuáles son las diferencias entre una y otra. En la primera parte, el jefe de la policía secreta del zar urde un libro paranoico, Protocolos de los sabios de Sión , para justificar los demenciales pogromos rusos de comienzos del siglo XX. La segunda parte es una laboriosa entrevista del biógrafo falsificador Clifford Irving al falsificador de cuadros Elmyr de Hory. Ambos conversan junto a las mesas de juego de Las Vegas, en el puente de Londres y en un galpón secreto de Ibiza, entre incontables cuadros de Mattisse, Bracque y Van Gogh, todos falsos, por supuesto. La superchería final es autobiográfica: Welles se muestra a sí mismo en 1938, aterrorizando a los campesinos del Medio Oeste norteamericano con su versión radial de La guerra de los mundos , pero tanto el documental que narra esa mistificación como los reportajes a granjeros en fuga y automovilistas paralizados en las rutas de Ohio están fraguados con recortes de archivo, películas ajenas, fotos trucadas y malabarismos de computadora. Desde un horizonte alucinado, Welles explica, con su maravillosa voz de sótano, que la mentira es la finalidad de todo arte, mientras que la falsificación es sólo un medio para obtener ganancias, lo que es una cita del ensayo de Oscar Wilde La decadencia de la mentira . Los embaucadores famosos abundan en los reinos del arte, donde han multiplicado los claroscuros de Rembrandt, los cuellos de cisne de Modigliani y los escritos póstumos del marqués de Sade. Hay ciudades y enciclopedias falsas pero verosímiles, como lo saben los lectores de Marco Polo, de Calvino y de Borges; hay santos falsos como los que imaginaba Gonzalo de Berceo a comienzos del siglo XIII cuando deseaba desviar a los peregrinos hacia su convento de San Millán y retener sus limosnas; hay fotografías de monstruos que no existen, como las que reproduce un libro magistral llamado Freaks, de Leslie Fiedler, en el que se ve un niño hindú de cuyas espaldas brota otro niño parásito, y un hombre con cuatro pies elegantemente calzados. Pero las falsificaciones son aún más caudalosas en los feudos de la política, donde las estadísticas se desplazan siguiendo el índice interesado de los caudillos, de modo que la miseria, el alcoholismo y la violencia urbana podrían ser menos graves en Caracas y Tucumán que en Riga o Amsterdam. Hasta el lenguaje tiene sus víctimas, y ciertas frases siguen identificándose con personajes que jamás las pronunciaron. Una de las más célebres es el "Elemental, mi querido Watson", de Sherlock Holmes, que no aparece en ninguna de las cuatro novelas y 57 narraciones breves escritas por su creador, Arthur Conan Doyle. La improvisó el actor sudafricano Basil Rathbone, mientras filmaba El sabueso de los Baskerville, en 1939, y desde entonces sigue adherida a Holmes con más énfasis que su pipa y su violín. Ni pertenece a Voltaire la famosa sentencia "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero voy a defender con mi propia vida su derecho a decirlo". Esa frase fue incluida por primera vez en un libro de Evelyn Hall titulado Los amigos de Voltaire (1906) y, a pesar de su falsedad comprobada, se la reproduce con la firma del filósofo francés en los más serios manifiestos y proclamas sobre la libertad de pensamiento. El purgatorio de las obras (y de las vidas) imaginarias es casi tan populoso como el de las verdaderas. El cine ha difundido más de una vez la historia de la falsaria Anna Andersson, quien murió hace tres décadas tratando de convencer al mundo de que era Anastasia, una de las hijas del zar Nicolás II. La credulidad de la gente y las ambigüedades de la historia le permitieron sostener esa mentira hasta el fin, y vivir de ella con cierta holgura. La enumeración de mistificaciones puede resultar interminable. Algunas son tan llamativas que merecen lugar aparte. Entre las más sonoras está la del holandés Hans van Meegeren, quien estudió con tanto celo y talento las técnicas de Jan Vermeer -figura mayor de la pintura flamenca del siglo XVII- como para inventar, entre 1936 y 1942, siete obras maestras desconocidas, que los expertos atribuyeron a una etapa temprana de Vermeer. Una de ellas, Cristo en Emaús , unía con destreza algunas jarras de vino, cabezas, manos y platos de sus obras juveniles y las ordenaba de manera tan nueva que media Europa quedó sin aliento ante el hallazgo. Nadie pudo descubrir que Van Meegeren era un falsario. Irónicamente, tuvo que hacerlo él mismo. Al terminar la Segunda Guerra, la policía holandesa lo arrestó por vender al enemigo obras que pertenecían al patrimonio nacional y lo amenazó con la cárcel perpetua. Van Meegeren eligió entonces denunciarse como falsificador, delito menos ofensivo que el de colaboracionista. Para demostrar que no mentía, pintó un último Vermeer en su celda: el mejor de todos y el único que fue destruido. Menos patética es la historia del francés Vrain-Denis Lucas, quien se hizo rico vendiendo una colección de veintisiete autógrafos de Colón, Carlos V, Dante, Carlomagno y Julio César, todos falsos, por supuesto. Tres de las joyas de aquel conjunto bastaron para asegurar la inmortalidad a Vrain Lucas, no en los anales de los coleccionistas sino en los osados dominios de la falsedad, donde todo es posible: una carta de Sócrates a sus discípulos antes de beber la cicuta; un relato de Lázaro sobre los prodigios del paraíso, después de ser resucitado; una confesión arrepentida de María Magdalena a la comunidad de Jerusalén. La Enciclopedia Británica supone que este último texto fue el que delató a Vrain Lucas porque el falsario, ya cebado, lo escribió en francés. La historia de la política argentina abunda en esas ventas de abalorios, que pierden rápidamente su brillo ante la cegadora realidad. La patria socialista del último Perón, la recuperación victoriosa de las Malvinas, el uno a uno de Menem, Cavallo y de la Rúa, así como los fuegos fatuos del corralito, fueron algunos de esos espejismos que llevaron al país hacia abismos de los que no fue fácil salir. Desde el principio de los tiempos, el hombre inventa fábulas para que otros las vivan y las sufran, así como la vida inventa realidades que con frecuencia terminan convirtiéndose en fábulas. Por Tomás Eloy Martínez Para LA NACION
 La Argentina es el segundo país del mundo con la mayor tasa de consumo de anorexígenos en el mundo. Por delante, sólo se ubica Brasil. El dato figura en el informe anual 2006 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) -que es el ente encargado de vigilar la aplicación de los tratados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la fiscalización de drogas-, que ayer fue dado a conocer en todo el mundo. Los anorexígenos son estimulantes que suprimen el apetito o la sensación de hambre, y se utilizan contra la obesidad. Según el informe, su consumo puede crear dependencia y, como estimulan el sistema nervioso central, su uso indiscriminado puede producir graves efectos nocivos. "En nuestro país hay un consumo abusivo de anorexígenos por negligencia, desesperación y desinformación. Y, además, lamentablemente, la mezcla de anorexígenos con ansiolíticos [tranquilizantes], laxantes o diuréticos es muy común", informó a LA NACION Raquel Méndez, jefa del Departamento de Psicotrópicos y Estupefacientes de la Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica (Anmat), que presentó el informe de la JIFE junto a José Ramón Granero, titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), y Carola Lew, coordinadora regional de Proyectos del Cono Sur de la ONU. Según el informe, el 1,18 por ciento de los argentinos consume a diario anorexígenos, lo que equivale a unas 400.000 personas. "La sobredosis de estos estimulantes podría resultar muy peligrosa y derivar en estados de pánico, depresión respiratoria, convulsiones, coma y muerte. He aquí por qué esas drogas tiene que ser recetadas por un médico que haya estudiado minuciosamente los riesgos y los beneficios para el paciente", advierte el informe, que recomienda a la autoridades gubernamentales competentes estudiar la posibilidad de establecer medidas de control más estrictas respecto de la formulación y prescripción de preparados médicos que contengan estas sustancias. "En épocas previas al verano, hay una marcada tendencia en el consumo de anorexígenos, que la gente mezcla con ansiolíticos, porque unos quitan el hambre y los otros disminuyen la ansiedad", agregó Méndez, para quien la sociedad argentina "es una sociedad de consumo muy marcada, con un deber ser y un deber parecer muy fuerte, que debería revertirse". Granero, en tanto, indicó que en 2001 y en 2002, a raíz de la crisis, el consumo de psicotrópicos de todo tipo aumentó muchísimo y, si bien a partir de 2003 hubo un descenso considerable en el consumo de éstas sustancias, actualmente representan la cuarta droga más consumida en el país. "En el escalafón de consumo de drogas primero está el alcohol, luego el tabaco, después la marihuana y en cuarto lugar los psicotrópicos. Y dentro de éstos, primero vienen los tranquilizantes y luego los estimulantes", precisó Granero, y recordó que en mayo de 2006 la JIFE había realizado en el país una auditoría porque estaba preocupada por la gran cantidad de psicotrópicos que se vendían en la Argentina sin receta.
La Argentina es el segundo país del mundo con la mayor tasa de consumo de anorexígenos en el mundo. Por delante, sólo se ubica Brasil. El dato figura en el informe anual 2006 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) -que es el ente encargado de vigilar la aplicación de los tratados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la fiscalización de drogas-, que ayer fue dado a conocer en todo el mundo. Los anorexígenos son estimulantes que suprimen el apetito o la sensación de hambre, y se utilizan contra la obesidad. Según el informe, su consumo puede crear dependencia y, como estimulan el sistema nervioso central, su uso indiscriminado puede producir graves efectos nocivos. "En nuestro país hay un consumo abusivo de anorexígenos por negligencia, desesperación y desinformación. Y, además, lamentablemente, la mezcla de anorexígenos con ansiolíticos [tranquilizantes], laxantes o diuréticos es muy común", informó a LA NACION Raquel Méndez, jefa del Departamento de Psicotrópicos y Estupefacientes de la Administración Nacional de Medicamentos y Tecnología Médica (Anmat), que presentó el informe de la JIFE junto a José Ramón Granero, titular de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), y Carola Lew, coordinadora regional de Proyectos del Cono Sur de la ONU. Según el informe, el 1,18 por ciento de los argentinos consume a diario anorexígenos, lo que equivale a unas 400.000 personas. "La sobredosis de estos estimulantes podría resultar muy peligrosa y derivar en estados de pánico, depresión respiratoria, convulsiones, coma y muerte. He aquí por qué esas drogas tiene que ser recetadas por un médico que haya estudiado minuciosamente los riesgos y los beneficios para el paciente", advierte el informe, que recomienda a la autoridades gubernamentales competentes estudiar la posibilidad de establecer medidas de control más estrictas respecto de la formulación y prescripción de preparados médicos que contengan estas sustancias. "En épocas previas al verano, hay una marcada tendencia en el consumo de anorexígenos, que la gente mezcla con ansiolíticos, porque unos quitan el hambre y los otros disminuyen la ansiedad", agregó Méndez, para quien la sociedad argentina "es una sociedad de consumo muy marcada, con un deber ser y un deber parecer muy fuerte, que debería revertirse". Granero, en tanto, indicó que en 2001 y en 2002, a raíz de la crisis, el consumo de psicotrópicos de todo tipo aumentó muchísimo y, si bien a partir de 2003 hubo un descenso considerable en el consumo de éstas sustancias, actualmente representan la cuarta droga más consumida en el país. "En el escalafón de consumo de drogas primero está el alcohol, luego el tabaco, después la marihuana y en cuarto lugar los psicotrópicos. Y dentro de éstos, primero vienen los tranquilizantes y luego los estimulantes", precisó Granero, y recordó que en mayo de 2006 la JIFE había realizado en el país una auditoría porque estaba preocupada por la gran cantidad de psicotrópicos que se vendían en la Argentina sin receta.