martes, 30 de octubre de 2007

A la intemperie

Después de encontrarme con homeless a las puertas de la Place Vendôme, a los costados del Sena y en casi cualquier ricón de la luminosa París, llega desde Buenos Aires una noticia que nos habla de la otra globalización:
Más de 2300 personas duermen cada noche en las calles de la Capital, en improvisadas casas de cartón o en circunstanciales guaridas en las plazas. A las poco más de 700 personas que están en permanente situación de calle, se suman otros miles de cartoneros, muchos de ellos niños, que habitan en el conurbano, pero que en los días hábiles prefieren acampar en la ciudad, después de sus arduas recorridas. Plazas, calles e incluso áreas protegidas de Buenos Aires mutan en albergues transitorios "a cielo abierto" o en poco seguros centros de acopio donde los cartoneros separan el material reciclable, que luego venden a intermediarios, algo que molesta a los vecinos y despierta sus quejas. LA NACION recorrió distintos barrios de la Capital y comprobó el aumento del número de lugares ocupados de manera indebida, algo que obliga al gobierno porteño a brindar una inmediata respuesta, sea para otorgar un sitio a los que no tienen techo o para crear los centros verdes y hacer cumplir la prohibición de realizar una actividad lucrativa en espacios públicos no autorizados, como lo es la compra y venta del cartón en la vía pública. Muchas esquinas porteñas resultan conflictivas por estos aspectos planteados. Eso ocurre en la intersección de Azopardo y Cochabamba, en San Telmo, donde hace más de un año que cartoneros acopian el material que juntan en un predio bajo la autopista 25 de Mayo. Incluso, viven allí, cuentan los vecinos. "En agosto pasado, el gobierno de la ciudad desalojó a las personas que utilizaban ese lugar para el reciclado de basura y enrejó parte del predio a efectos de que no pudiera utilizarse nuevamente para tal fin", contó a LA NACION el vecino Martín Bonomi. Y agregó: "Pasadas apenas dos semanas de aquel operativo, cartoneros invadieron el espacio verde contiguo a la reja instalada y armaron nuevamente sus precarias viviendas y recomenzaron con el reciclado, lo que produce mucha suciedad en el barrio, además del riesgo que implica acopiar el papel, por posibles incendios". El director general adjunto de Políticas de Reciclado Urbano, Angel Varchetta, les envió a los vecinos, el 19 de septiembre pasado, una cédula de notificación pidiéndoles que le informaran al gobierno si se reiteraba esta situación irregular. "Eso hicimos en las últimas semanas, pero no tuvimos respuestas", contó Manuel, un vecino que desde su casa advierte fácilmente el caótico escenario. En el Ministerio de Medio Ambiente de la ciudad informaron a LA NACION que se hacen a diario operativos de control y que si bien los cartoneros que están allí tienen colchones, "no duermen en el lugar, los tienen para descansar". En muchos barrios En Avenida del Libertador al 800, Recoleta, viven siete personas sobre el césped que da a las vías del ferrocarril Mitre; hasta instalaron una mesa y sillas. Ni siquiera las áreas protegidas están a resguardo: en la plaza Pakistán -avenida Figueroa Alcorta y Dorrego, Palermo-, hay una carpa con tres habitantes. Según el gobierno, dos de ellos son pacientes psiquiátricos y no pueden erradicarlos. En pleno barrio de Almagro, en Hipólito Yrigoyen al 3800, un grupo de personas hizo una guarida con cajones y hace más de tres años que viven allí. Según vecinos y alumnos de los colegios cercanos, no molestan a los transeúntes y reciben comida de los que viven por allí. "Son trabajadores, gente grande que no molesta a nadie y que está muy sola. El gobierno los ha venido a asistir muchas veces, pero no se quieren ir", dijo Emilia Sosa, vecina del barrio. Hay dos sitios invadidos que llaman poderosamente la atención, sobre todo, por el frecuente paso de funcionarios porteños y nacionales: uno ocupado por los cartoneros, que viven en la plaza Lorea, en la confluencia de la Avenida de Mayo y Rivadavia, y el otro, en la puerta de Banco Ciudad, en Carlos Pellegrini al 200, a dos cuadras del Obelisco, donde paran cuatro familias. En este último, cuando LA NACION concurrió al lugar, un chico de 9 años, Ezequiel, barría la vereda mientras su mamá ponía a secar al sol tres pares de zapatillas, de cara a la 9 de Julio, a metros de la Unidad Administrativa de Control de Faltas, donde se abonan las multas de tránsito. "Nosotros no tenemos dónde vivir ni adónde ir... Acá no molestamos a nadie. ¿Si nos vinieron ayudar del gobierno? No, queremos una casita, un techo, pero no viene nadie", dijo una de las mujeres que habita allí. En el lugar, tendieron lonas que sirven de techo, y colchones, donde más de 14 personas pasan la noche. Días atrás fueron obligados a salir de allí y se instalaron enfrente, en la plazoleta que separa la Avenida 9 de Julio de Carlos Pellegrini. El diputado macrista Martín Borrelli, integrante de la comisión de Espacio Público de la Legislatura porteña, dijo a LA NACION que "hay que terminar con la idea de que en el espacio público porteño está todo permitido, ya que las calles no deben ser objeto de apropiación por parte de nadie. Un Estado presente tiene el deber de solucionar los problemas de las personas en situación de calle y controlar las actividades que los cartoneros realizan en la vía pública, pero también tiene que ser inflexible con aquellos que usurpan y aprovechan el espacio público en beneficio propio". Por Pablo Tomino De la Redacción de LA NACION


Unos 8000 cartoneros recorren las calles de la Capital cada día y recogen unas 400.000 toneladas de papel y plástico por año. Están inscriptos ante el gobierno porteño 3600 de ellos. Poco más de 1500 cartoneros que viven en el conurbano pernoctan en la ciudad para evitar el costo del viaje de regreso a sus casas. Se suman a las 793 personas que están en situación de calle, según un informe oficial. photo : Abelardo Morell

miércoles, 17 de octubre de 2007

"Fue como estar viviendo una película"


Lo señaló a LA NACION Rocío Brazeiro, usada como escudo por un delincuente. Rocío Brazeiro sonríe. Pese a vivir en tan sólo nueve días dos experiencias que hubiesen traumatizado a cualquier persona, se muestra tranquila. "Pensé que era una broma. Fue como estar viviendo una película", dice la joven de 19 años a LA NACION, al relatar lo que sintió el sábado pasado, cuando fue tomada como escudo humano por un ladrón, que cayó abatido por un tiro. Ese día, Rocío se bajó del tren a las 8.30 en la estación Zeballos, de la línea Roca, para ir a su trabajo. Pero no llegó. Un peligroso delincuente, apodado "Manotas", la tomó del cuello y la utilizó como escudo para intentar escapar de un policía retirado. Según los investigadores, el ladrón había robado en una panadería, situada en la localidad bonaerense de Florencio Varela. Cuando intentaba escapar se cruzó con el sargento retirado Alberto Vallejos, que lo siguió hasta la estación. "Vi que un tipo le dice a otro: «Quieto», pero se hizo el distraído. La persona que gritó se abalanzó sobre el otro y lo bajó del tren tirándole de la campera. Ahí le gritó: «Alto policía». Fue en ese momento que me agarró y me puso el revólver en el cuello", relata Rocío, que atiende la caja de un almacén en Florencio Varela. Al ver que la vida de la joven corría peligro, Vallejos mató al delincuente, que tendría varios antecedentes por robo. Según le dijo la policía a la chica, "Manotas" sería el cuarto hermano de la familia fallecido en un robo. "Cuando le dispara, el ladrón se cae para atrás y yo me voy con él. Ahí me paré, lo miré y pensé: «¿Qué hago, me voy a trabajar?». Y fui. Cuando estaba a una cuadra del lugar del hecho, un policía vino corriendo y me dijo que tenía que ir a declarar", dice Rocío. Una de las cosas que más sorprendieron a la joven fue "la sangre fría" que tuvo el policía retirado a la hora de tomar la decisión de disparar. "Estoy agradecida, pero pudo terminar en tragedia. Igualmente, creo que actuó bien, porque el delincuente estaba jugado. Si el policía bajaba su arma, seguramente lo hubiera matado a él o a mí", sostiene, mientras juega con su sobrina Agustina. Pero éste no fue lo único hecho delictivo que vivió la joven. Ocho días antes, cuando estaba llegando a la misma estación y a la misma hora, un asaltante intentó robarle, y como no lo logró la tiró del tren. "No me llegó a robar nada. Pero esto no es nuevo. El tren es un descontrol. Fuman porro y toman vino sin control; nadie hace nada. Varela es tierra de nadie", dice. "A partir de lo que me pasó el sábado, cuando voy por la calle presto más atención a todo lo que me rodea. Además, voy a cambiar de trabajo. No quiero viajar más a esa estación", agrega. Rocío es la tercera de nueve hermanos. Por eso, en la tranquilidad de su hogar se siente segura. "Vivo sin miedo, sin preocupaciones. Yo no sé qué pasará de ahora en más, pero en tren no viajo más", sentencia Rocío.

Santiago Dapelo, para La Nación de Buenos Aires.